

Érase una vez, un espantapájaros que no tenía amigos. Trabajaba en un campo de trigo. No era un trabajo díficil, pero si muy solitario. Sin nadie con quien hablar, sus días y sus noches se hacían eternas. Lo único que podía hacer era mirar los pájaros...
Después de ver en tiempo record la primera y la segunda temporada, esta serie ha ido directa dentro de mi friki corazón. Vuelven las historias de nuestros cuatro amigos: Penny, Leornard, Wolowitz y a Koothrappali. De hecho se ha estrenado la 3ª temporada de esta grandísima serie el pasado 21 de Septiembre y ya tenemos rulando por internele el primer capítulo (eso sí en inglés subtitulado). Empieza muy bien, recondándonos por qué nos hemos hecho fan de todos ellos, en especial de Sheldon.
En esta temporada, según he podido leer, nos encontraremos con nuevos personajes:
Beth: Atractiva mujer gótica que conoce a Wolowitz y a Koothrappali en un club gótico. Wolowitz la ha estado siguiendo a traves del Twitter y decide que vestirse como un vampiro atraerá a las mujeres como Beth y su amiga Sarah. Sera una actriz invitada.
Sarah: Atractiva mujer gótica que conoce a Wolowitz y Koothrappali en un club gótico luego de que Wolowitz siga a su amiga Beth en Twitter. Sera una actriz invitada.
Skeeter: Tatuador que intenta hacerle un tatuaje a Wolowitz. Sera más que una estrella invitada y participará en más de un episodio.
Ya me estoy relamiendo con los nuevos capítulos. Os dejo con un video que he encontrado, cuando estuvieron en una presentación en la Comic-Con donde un fan de la serie le regala a Jim Parson (Sheldon) un pañuelo para tener su ADN, al igual que cuando penny le regala a Sheldon la servilleta firmada por Leonard Nimoy y donde éste depositó su ADN al limpiarse la boca con ella...
Si me preguntasen cual es mi director de cine favorito, pensaría unos segundos y diria… ¿Stanley Kubrick? Ese portento de la naturaleza, elevado al rango de genio que con tan sólo 28 años ya había hecho que su nombre se pronunciase en medio mundo.
Su alma de fotógrafo no dejó de revolotear en ningún momento y todo lo que hizo lo hizo con un cuidado extremo. La prueba de ello puede verse en todas y cada una de las imágenes salidas de su cámara, exquisitas. A parte de buen ojo clínico para la parte técnica tenía un excelente cerebro para la parte argumental. Versátil como un camaleón, el loco de Stanley podía ser sagaz, tierno, irónico, polémico o vicioso: no importaba la historia, si la contaba él; no podía ser banal (y nunca lo era).
Varias de sus obras, pueden considerarse obras maestras y el resto también roza lo perfecto, salvo una, la última, ¿por qué? ¿perspectivas de una mente anciana? ¿elección equivocada de los protagonistas? ¿demasiadas manos a parte de las suyas? Un misterio... una pequeña mota de polvo que apenas se ve en el maravilloso mosaico que forma el mundo Kubrick
Nadie puede decir que nunca ha tenido la sensación de estar asistiendo a algo ya vivido anteriormente. Es característico cómo el vello se eriza, todos los sentidos se agudizan (notas como las pupilas se dilatan) y un escalofrío parte del cuello hacíendo arquear la espalda a su paso. Un segundo después de eso, vuelves a tu realidad desorientado, indiferente a lo que está ocurriendo a tu alrededor; sólo atento a lo que sucede de piel para adentro. Es una sensación única… bueno, casi.
Ese Déjà Vu real tiene su homólogo en la ficción, aunque no en su sentido literal. Es algo emocional, intangible, sibilino. Una película cualquiera, un instante indefinido y ahí está; la señal de alarma recorriendo la columna vertebral. De repente la chispa se enciende y el motor empieza a carburar: estas imágenes no las he visto antes, pero esta sensación sí la conozco… y estalla una marabunta de elucubraciones que no duran más de dos fotogramas pero son más que suficientes para provocar una abalancha de emociones (y de las fuertes)
Exactamente esto es lo que ocurre con dos historias incompletamente distintas que tienen todo y nada en común. Dos escuelas de cine radicalmente opuestas que han parido dos criaturas (feroces) que se miran al espejo. “La escafandra y la Mariposa”, francesa, carácter europeo cien por cien, intimista, sentimental, reflexiva. “Hacia rutas salvajes”, estadounidense, grandilocuente, exhuberante, exhibicionista. Cada obra tiene su propia personalidad, pero como suele suceder con los polos opuestos, acaban enredándose hasta tener nexos de unión compartidos, indistinguibles, impropios de ninguno de los dos.
Dos historias reales llevadas a la ficción, dos personajes cuyo fin es exactamente el mismo y de la misma manera: anónima y silenciosa, dos historias que (de formas muy distintas pero igual de eficientes) elevan la BELLEZA por encima de todo, dos bandas sonoras tremendas, la francesa mejor para escuchar viendo, la estadounidense mejor para escuchar después de haber visto, dos caminos de reflexión que por vías distintas llegan al mismo punto: teniéndolo todo puede no tenerse nada y no tieniendo nada puede tenerse todo. En definitiva, dos bofetadas de pasión y clase que nos da el cine contemporáneo, pero que duelen y hacen relfexionar como una sola.
Y es que si investigamos un poco, sólo conociendo levemente a los artífices de estas filigranas visuales, nos daremos cuenta de que nada podía salir mal. “La escafandra y la mariposa” está dirigida por Julian Schnabel, estadounidense de nacimiento pero europeo de adopción (está casado con una vasca y reside seis meses al año entre San Sebastiñan y Francia). Este pintor y escultor ha puesto al servicio de su película todas sus habilidades plásticas. La fotografía viene de la mano de Janusz Caminski, responsable de la belleza de películas como “La lista de Schindler” o “Las aventuras de Hucleberry Finn” y la música (estremecedora) es obra de Paul Cantelon, que ha trabajado con Red Hot Chili Peppers, The Kinks o Joe Cocker. “Hacia rutas salvajes” está dirigida por Sean Penn, indiscutible como actor, pero más reivindicativo como director o productor (como ya demostró en “El asesinato de Richard Nixon”). De la fotografía se encarga Eric Gautier, responsable de “Diarios de Motocicleta” recorriendo y retratando de manera impresionante en tan sólo dos peliculas todo el continente americano. La banda sonora está compuesta íntegramente por Eddie Vedder (cantante de Pearl Jam) del que diciendo su nombre basta.
Dos puzzles perfectamente ensamblados, dos telas sublimemente tejidas, dos historias impolutamente contadas, dos torrentes de sensaciones para los que faltan y sobran las palabras