miércoles, 10 de noviembre de 2010

Finales Made in Hollywood

Se dice, y no sin parte de razón que el espectador de una película se basa fundamentalmente en el final de ésta a la hora de emitir un juicio de valor. Es verdad, el punto y final, el sabor de boca que nos queda es lo que más acapara nuestra atención. De ahí que El sexto sentido sea, en mi humilde opinión un largometraje sobrevalorado y que, por contra El gran dictador haya sido ultrajado a lo largo de los años... casi tanto como la figura de su creador.

Antes de soltar oooooooooooohhhhhhhh de indignación (hala lo que ha dichooooooo) dejad que me explique: Charles Chaplin es un mito del cine clásico y como tal está reconocido su personaje
Charlot. Sin embargo cada vez que oigo o leo algo sobre este excepcional cineasta no puedo evitar sentir rabia e incredulidad por lo injustos que somos con él. Todos asociamos su imagen torpe y juguetona blandiendo su inseparable bastón a la risotada fácil, a la comedia liviana... y nada más lejos de la realidad. Cierto es que su hábitat natural era lo circense y que es fácil esbozar una sonrisa al verlo moverse con aires de pingüino entre lo absurdo y lo surreal. Pero lo grandioso de este genio es que detrás de cada mueca aparentemente inocente se escondía una sibilina e inteligente caricatura del mundo que lo rodeaba entonces y que nos rodea ahora. Las películas de Chaplin, en superfice cándidas y distendidas, son en realidad una bofetada certera y contundente en la cara de la sociedad mercantil que empezaba a desarrollarse y a devorarlo todo (y a la que ya solo le queda engullirse a sí misma). No es difícil observar la represión policial, el abuso del poderoso sobre el débil y del rico sobre el pobre; tónica común en Luces de la Ciudad, La Quimera del Oro, Tiempos Modernos o El Chico; todas ellas tejidas de una forma sobresaliente tanto en continente como en contenido

Sin embargo, había una rémora que impidió al cine de Chaplin elevarse hasta un nivel estratosférico: los malditos finales felices. Al bueno de Charles le faltaron ganas o agallas para dar un puñetazo en la mesa de Hollywood con un "esto es lo que hay, os guste o no". Y tuvo su oportunidad, su GRAN oportunidad con una de sus mejores películas (en mi opinión): El Gran Dictador. Durante dos horas de film disfrutamos de una sublimemente poética sátira de Hitler y de un arrollador mensaje antibelicista y antitotalitarista con escenas verdaderamente irrepetibles. Pero (¿por qué siempre tiene que haber un pero?) a la hora de poner el punto y final, tan romántico como utópico, la falta de contundencia nos deja con la miel en los labios, con esa sensación de lo que pudo haber sido y no fue.

Decía Charles Chaplin que a fin de cuentas todo es un chiste y que sus finales eran así de felices porque para tragedia ya estaba la vida real. Puede que tuviese bastante razón, pero ¿por qué no pudo olvidarse por una sola vez de su filosofía y regalarnos lo que hubiese sido una obra sencillamente perfecta? De esa manera quizás los que ahora lo miran como un payaso lo habrían tomado algo más en serio y los que lo recordamos como un mito lo veríamos como un auténtico Dios.

1 comentario:

Angst dijo...

Niego la mayor: los finales felices no suelen dejar con la miel en los labios. Al contrario: son el lifeline under the seat del cine. No hay modo más normal de acabar con una película que con un final feliz. Lo bueno es que a veces no queda otra: lo exige la película misma (razono esto más abajo).

Otro asunto es el de QUÉ convierte a una película en mito. A mi juicio, "El gran dictador" no sólo NO ha sido vilipendiada sino que es preferida a otras comedias de la época que también criticaban el nazismo (pienso en "Ser o no ser" de Lubitsch). Tampoco puede decirse que el final feliz haya impedido que EGD se convierta en un mito del cine del siglo XX. ¿Quién no recuerda a Chaplin/Hitler jugando con la bola del mundo? Incluso quienes no la han visto conocen esa escena, es como el bigote de Groucho o la cabeza de Kennedy petando: cosas que están en la memoria visual de los terrícolas de la pasada centuria.

Retomando la cuestión de los finales felices, tomemos como ejemplo el final de "El apartamento" de Billy Wilder (otro mito mitiquísimo): cualquier otro habría sido, en mi humilde opinión, una santa patada en los cojones del espectador. Exceptuando el culo de la McLaine en esa misma película, no recuerdo haber visto nada más jodidamente maravilloso, redondo y perfecto que el sonriente "Shut up and deal!" de Shirley a Jack Lemon. Y sin embargo, si se mira bien, la película entera es tristísima -- curiosamente, como todas las de Chaplin, se pueden establecer paralelismos entre Wilder y él, hay pruebas.

El final feliz, en suma, logra ese pase mágico de justicia poética que esperamos de cierto cine, no de todo ciertamente. Joder, no vamos a la fábrica de sueños para ver en dos dimensiones lo que ya conocemos perfectamente en tres. Y sin embargo, puede usté cagarse llorando con el final de "Midnight Cowboy", que hay de to en la viña de celuloide.