Hace algún tiempo que me apetecía meter esta entrada pero no surgía la ocasión idónea. Un buen día aparece el propietario de Peep Show y, como si hubiese leído en mi surco de Silvio, nos recomienda la película que propició todo esto.
Heath Ledger nos ha dejado una interpretación sublime, parece como si se hubiese metido en la cabeza de Bob Kane (creador de Batman) y hubiese exprimido de su cerebro la esencia del Joker. Exactamente la misma sensación me transmitió el finado australiano: complejidad
Es el último de una estirpe de papeles cinematográficos que, bien por el personaje en sí o bien por el actor que lo encarnaba; han cambiado un aspecto del cine que parecia inamovible: la impopularidad del Malo.
Atrás quedaron los tiempos del malo malísmo cuya progresión lineal lo hacía predecible y secundario. Los villanos clásicos poseen una miticidad elevadísima por lo poderosos que llegan a parecer, pero si les robamos esa pequeña licencia, se quedan incompletos, casi insustanciales. Los máximos exponentes son el elegante Conde Drácula y el enfermizo Doctor No, dos seres grandiosos cada uno a su manera pero cuyos propósitos nunca llegan a buen puerto. Este hecho hace que tradicionalmente los malos hayan estado destinados a ser derrotados y despreciados. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, algo ha cambiado para bien. La invulnerabilidad que hacía desdeñables a los villanos ha dado paso a un esalzamiento de sus puntos débiles que los hace aceptables, los aproxima más a un ser humano e incluso los hace entrañables.
Darth Vader (David Prowse) lo empezó todo. Odiado tras su máscara, compadecido sin ella. Poseía una intrahistoria independiente de los hechos que lo rodeaban, después de todo, se regía por algo más profundo que la simple diferencia entre el bien o el mal. El señor oscuro sirvió de detonante para una serie de personajes que hoy en día siguen deleitando al respetable.
Jack Nicholson fue un Joker menos perfilado que Ledger, pero a más de uno nos ha dejado sin dormir tras verlo hacha en mano en El Resplandor
Ian Mc Kellen me dejó huella hace algunos años haciendo del rey Ricardo en un remake de Ricardo III, película sin pena ni gloria pero su despiadado personaje grabó sus facciones en mi retina y años después volvió a dejarme perplejo como Magneto (X-Men), en otra película vacía con un único punto positivo: el malo
Otro especialista en eso de putear a la gente es Malcom McDowell, Alex DeLarge en La Naranja Mecánica. Un vándalo pandillero cuya afición por Beethoven lo hace un jovencito casi adorable.
Anthony Hopkins (El Silencio de los Corderos) y Gabriel Byrne (El Fin de los Días) tienen la impresionante capacidad de hacer que admiremos a un asesino caníbal y al mismo demonio respectivamente.
Uno de los últmos en sumarse a la lista ha sido Javier Bardem de la mano de los Coen, encarnando a Anton Chigurh, un peculiar psicópata con un arma de aire comprimido y una curiosa forma de ver la justicia
Seguro que alguno se me queda en el tintero, pero sirvan estos ejemplos como delcaración de intenciones… Mamá, Papá, de mayor quiero ser El Malo